El planeta azul, tal y como su nombre indica, tiene un alto porcentaje de agua en su superficie, alcanzando alrededor del 72%. Esto ha permitido que existan numerosos ecosistemas costeros y marinos que son cruciales para la vida.
Los ecosistemas marinos tienen múltiples funciones, pero es destacable el importante papel que en la regulación del clima.
A raíz de esto surge el concepto de ecosistema de carbono azul, un término cada vez menos moderno, que está estrechamente relacionado con los gases de efecto invernadero.
A continuación, vamos a hablar sobre lo que son, su funcionamiento y el peligro que sufren.
Problemas del aumento del carbono
El dióxido de carbono se trata de uno de los gases de efecto invernadero, quizás el más conocido. Aunque la respiración celular da como resultado esta partícula, la principal fuente actual tiene su origen en la combustión de combustibles fósiles.
Esto ha provocado un aumento considerable desde la revolución industrial, siendo uno de los principales actores en el cambio climático y, por ende, en el cambio global.
En su regulación juega un papel importante las especies fotosintéticas, que utilizan el CO2 como “alimento”, pero también los sistemas acuáticos, en su conjunto.
Los bosques terrestres y praderas (carbono verde) presentan una alta capacidad para fijar carbono y siempre se han asociado al combate contra el cambio climático. No obstante, los ecosistemas marinos juegan un papel mucho más importante que éstos.
El agua que presenta una elevada capacidad tampón, además de albergar gran cantidad de organismos y especies fotosintéticas, actúa como el mayor sumidero de dióxido de carbono. El problema surge debido a que esto provoca una acidificación del medio, que lo altera, y que puede suponer un desastre para las especies que viven en él y que son las que fijan dicho carbono.
¿Qué es el carbono azul? Los ecosistemas marinos
Los ecosistemas costeros, como los manglares, las marismas y las praderas marinas, actúan como depósitos profundos de carbono, mientras que los ecosistemas y la fauna marina absorben y secuestran los gases de efecto invernadero (GEI) a través del ciclo del carbono.
Por tanto, estos ecosistemas son los llamados de “carbono azul” y juegan un papel esencial en la lucha contra el cambio climático al absorber gran cantidad de carbono, mejorar la calidad del agua, protegen a las comunidades costeras y proporcionan un medio de vida.
Estos “pozos de carbono” pueden secuestrar el dióxido de carbono con mayor rapidez (por encima de 4 veces) que los bosques, llegando, como en el caso de los manglares, a ser diez veces superior. También pueden almacenarlo durante largos periodos de tiempo, incluso por milenios.
Sin embargo, en las últimas décadas, tanto los océanos como las costas han sufrido la presión de calentamiento atmosférico y marino, la destrucción del hábitat, la contaminación y los impactos de la sobrepesca y la actividad industrial.
Estos factores destructivos socavan el efecto de los sistemas oceánicos en la reducción del carbono atmosférico.
¿Ecosistemas en riesgo?
Las Naciones Unidas alarman de la preocupante degradación de estos ecosistemas costeros y marinos. El calentamiento global, derivado del aumento de las emisiones de carbono, está alterando gravemente el estado.
A esto también hay que añadir cómo afectan los cambios de uso del suelo o la subida del nivel del mar. Las zonas costeras, en donde se encuentran los manglares y marismas, con un elevado poder regulador, están sufriendo una gran presión.
Es destacable considerar que, en sus suelos, sobre todo de los manglares, se retiene una gran cantidad de carbono que, si se destruyen, se libera al medio.
También el medio marino, debido a la acidificación como consecuencia de las altas concentraciones de dióxido de carbono, se ve alterado y afecta a numerosas especies fotosintéticas, pudiendo condicionar su desaparición.
Por tanto, es urgente identificar las causas, las distintas afecciones y afectados y, así, intentar proponer soluciones que sean efectivas para reducir el daño.
Posibles soluciones ante la vulnerabilidad de los ecosistemas de carbono azul
El impacto de la humanidad en los ecosistemas costeros y de alta mar es un arma de doble filo. Si bien somos responsables de una destrucción significativa, también podemos influir en los resultados potenciales. Con nuestros esfuerzos, podemos evitar el daño o incluso restaurar los ecosistemas oceánicos, eliminando el carbono de la atmósfera y haciendo que el mundo avance hacia las emisiones netas cero.
Se pueden considerar tres categorías de soluciones de carbono azul, clasificadas en científicas y económicas:
- Soluciones establecidas: centradas en manglares, marismas y praderas marinas. Estas soluciones ofrecen niveles científicamente verificables de reducción de carbono y son susceptibles de financiación a través de enfoques establecidos, como la compra de créditos de carbono.
- Soluciones emergentes: esta categoría incluye la protección, restauración y extensión de los bosques de algas, así como las estrategias para reducir la pesca de arrastre de fondo. Las soluciones de esta categoría aún no pueden financiarse a través de los mercados de carbono.
- Soluciones incipientes: este grupo de soluciones, potencialmente poderosas, se centra en la protección y la restauración de toda la fauna marina. Implican retos, como cuantificar su impacto, establecer la permanencia, evitar las fugas y probar la adicionalidad, es decir, demostrar que sin la solución no se habría producido un beneficio concreto.
Para cada categoría de soluciones se debe de medir los impactos, costes y acceso a la financiación.
Las soluciones de carbono azul están, en su mayor parte, en pañales. Hasta la fecha, existen importantes obstáculos financieros, prácticos y legales que las dificultad. Así, complican que se amplíen estas soluciones en los entornos oceánicos y costeros.
No obstante, el primer paso es ser conscientes del daño y las posibles consecuencias. De esta manera, y trabajando aunados, se podrán obtener resultados que afecten en pequeño grado al medio ambiente y a nuestra especie.
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