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La verdad del estrés: síntomas, origen y cómo combatirlo

Que vivimos en una sociedad “estresada” es una realidad palpable, tanto en nuestro entorno laboral como en nuestra vida personal. Que el término “estrés” se ha popularizado, y mucho, en nuestro lenguaje cotidiano es otra realidad: “estoy estresado”, “qué estrés tengo”, “un poco de estrés no viene mal”, son expresiones que se escuchan y se dicen a diario. Pero sabemos de verdad ¿qué es el estrés?, ¿por qué se origina el estrés? y sobre todo, ¿cómo podemos controlarlo?

En INESEM haremos una aproximación a este término, sobre todo en aquellos aspectos que lo relacionan con el ámbito del trabajo y desde el punto de vista de la Psicosociología Laboral. Veremos los conceptos fundamentales que lo integran, los factores estresores, los factores moduladores, las respuestas de nuestro cuerpo y las consecuencias que tiene para la salud a medio y largo plazo, entre otros. Hoy vamos a comenzar a modo de introducción, intentando explicar qué es el estrés.

¿Qué es el estrés realmente?

El  origen del término, es el vocablo anglosajón "stress" (que en principio se utilizaba en Física y que hace referencia a la tensión aplicada a un metal y la reacción del mismo ante dicha presión). Comenzó a utilizarse en Fisiología por Hans Selve (endocrino de la Universidad de Montreal) en 1936. Selve definió el estrés como “un síndrome o conjunto de reacciones fisiológicas, no específicas del organismo, a distintos agentes nocivos de naturaleza física o química presentes en el medio ambiente”.

Pero el estrés, aunque se definió por primera vez en el siglo XX, ha convivido con nosotros desde el origen de nuestra especie, siendo posiblemente uno de los cuatro o cinco factores biológicos clave que nos han permitido sobrevivir, evolucionar y ser la especie dominante en nuestro planeta.

El estrés básicamente es un mecanismo de defensa automático del organismo, donde se ponen en marcha todo un conjunto de respuestas fisiológicas, cognitivas y conductuales que aumentan nuestro nivel de activación con la finalidad de afrontar un problema para el que no tenemos suficientes recursos.

Origen del estrés

Durante miles de años, los seres humanos vivieron en pequeñas bandas de cazadores-recolectores, en un entorno agresivo, peligroso y hostil. Los peligros naturales eran frecuentes, se vivía en absoluta oscuridad por las noches, cada día era una carrera para conseguir los recursos necesarios para subsistir, los ataques de animales salvajes eran habituales, la climatología era adversa y eso sin contar con las enfermedades, heridas, ataques de otros humanos y decenas de factores hostiles más. Tampoco se tenía el conocimiento científico suficiente para saber por qué se producía un temblor de tierra o porque se infectaba una herida. En definitiva, era un entorno absolutamente hostil y sobre todo lleno de incertidumbre.

En esa situación el estrés no era negativo, sino que era imprescindible para sobrevivir. Había que estar alerta continuamente, cualquier error significaba la muerte y el estrés hacía que nuestros ancestros fueran más rápidos, más fuertes y tuvieran más reflejos. Ante una situación de peligro real, el organismo lo reducía todo a una simple respuesta automática: “el mecanismo de lucha o huye”, definido por Walter Cannon en la primera mitad del siglo XX.

Para nuestro cerebro no hay más opciones, ante un peligro de muerte: o te enfrentas a él o huyes de él, en cualquier caso, cualquiera de las dos opciones implica un aumento considerable de la actividad física, de nuestro nivel de activación y en definitiva, un aumento del estrés.

El estrés en la sociedad actual

Y de repente, hablando en términos históricos, hemos pasado de una incertidumbre total a la seguridad de nuestras sociedades modernas (al menos en algunas partes del mundo, en otras,  la verdad es que la seguridad es escasa). También es cierto que sigue siendo peligroso cruzar una calle en hora punta bordeando el tráfico, que puedes ser atracado de madrugada de regreso a casa o te puedes encontrar con un perro furioso cuando corres por el parque. Sigue habiendo peligros, en ese caso el “mecanismo lucha o huye” se activa y sigue siendo práctico.

Pero por regla general nos hemos quedado sin “enemigos reales”, sin aquellos que ponen en peligro de forma permanente nuestra integridad física.  Pero ante esa falta de estímulo, nuestro cerebro y sus mecanismos de defensa no se resignan, siguen funcionando como en épocas pasadas: “si no tengo enemigos me los invento”. Esto es especialmente destacable del estrés laboral.

Lo que ha ocurrido, es que en términos evolutivos y biológicos, nuestro organismo aún no se adaptado totalmente al cambio de la incertidumbre a la seguridad, y ante cualquier tipo de situación que parece que va a sobrepasar nuestras capacidades, por nimia que sea, reaccionamos como si estuvieramos ante un peligro de muerte, activamos de forma inconsciente nuestro mecanismo de "lucha o huye". En ese momento activamos el mecanismo biológico del estrés.

¿Cómo funciona el estrés y cuál es su mecanismo?

Síntomas del estrés

Veamos ahora los cambios biológicos, que se desencadenan tras esta activación. En esencia y de manera muy resumida, el mecanismo de activación del estrés es el siguiente:

El cerebro ante una situación determinada decide si es o no amenazante y, por tanto, si es estresante. Esta “decisión” como hemos visto, es prácticamente un acto reflejo y automático,  no es un acto racional y voluntario. En caso de que interprete que la situación es estresante, el hipotálamo estimula la hipófisis y, esta a su vez, las glándulas suprarrenales que liberan las “hormonas del estrés”: la adrenalina,  la noradrenalina y el cortisol. La combinación de las tres hormonas da lugar a las siguientes alteraciones fisiológicas:

  • Aumenta el aporte de glucosa y grasa al flujo sanguíneo para proporcionar más energía.
  • Las pulsaciones se aceleran e intensifican, sube la presión sanguínea, se acelera el flujo de sangre oxigenada hacia los músculos. Se produce el desvío de sangre oxigenada de otras partes del cuerpo hacia los músculos (se interrumpe o ralentiza la digestión, se adquiere un tono pálido de piel, sequedad en la boca por la interrupción de la actividad de las glándulas salivales, etc.). El cuerpo optimiza sus recursos para hacer frente a la amenaza.
  • La respiración se acelera para captar más oxígeno, a la vez que se comienza a sudar para reducir la temperatura corporal y poder hacer una actividad muscular continuada.
  • Los músculos se tensan y el cuerpo se prepara para la acción.
  • Los sentidos en general entran en un estado de alerta con las pupilas dilatadas y el oído agudizado.

Reacción de lucha o huida en el estrés

En este estado el cuerpo ya está preparado para hacer frente a la amenaza,  nuestro “mecanismo lucha o huye” está en estado de activación. Si tenemos delante un  peligro o amenaza real para nuestra integridad física, perfecto,  vamos a necesitar ese mecanismo de activación extra y mucho.  Pero ¿qué pasa cuando esa amenaza no lo es en realidad? ¿Cuándo se trata de lo que Cannon llamó “amenazas de naturaleza simbólica”? Y si ¿sólo se trata de entregar un informe en un plazo determinado de tiempo o tenemos una reunión de trabajo algo tensa? Ante estas situaciones, el ”mecanismo lucha o huye” no es válido, es más bien contraproducente, pero se activa de igual  manera.

Cualquier persona que haya pasado por un trance importante de verdad, un suceso traumático, de aquellos que representan un antes y un después en la vida de un ser humano, sabe perfectamente que no es lo mismo un suceso traumático que un suceso no traumático, como el retraso en la entrega de un informe.

En este tipo de situaciones se suelen dar dos modelos de respuesta:

  • La primera: no se supera el hecho, el “estrés postraumático” hará que la persona reviva una y otra vez en su mente esa situación. Por tanto se repetirá una y otra vez la situación de estrés y la tensión que tuvo por respuesta, aunque la amenaza no siga ahí, nuestro cerebro interpreta que si.
  • La segunda: se racionaliza y se supera, es decir, se valoran las amenazas o lo que se cree que es una amenaza en su justa medida y en consecuencia, la respuesta del organismo será también proporcional a la amenaza. Dicho de otra forma, se valora racionalmente la situación, se responde racionalmente y se descansa racionalmente después de haberla superado.

Tipos de estrés: eustrés y el distrés

La  realidad es, que el estrés no es fenómeno unidimensional, sino que tiene dos caras: el eustrés y el distrés.

Eustrés

El denominado estrés positivo es el eustrés. El eustrés nos ayuda a interpretar correctamente el mundo exterior y sus desafíos y, por tanto, a adaptarnos correctamente al mismo. Facilita la toma de decisiones, fomenta nuestra creatividad, nos da ese plus de agilidad física y mental que necesitamos a veces para alcanzar los objetivos que nos hemos fijado, ayudando además a hacer frente a los nuevos retos.

Distrés

El otro es el estrés negativo, es el distrés. El distrés conlleva un exceso de esfuerzo con respecto a la acción que se va a realizar, nos bloquea mentalmente, reduce la creatividad, nos frustra, nos mantiene en un estado de alerta y crispación permanente a la espera de un enemigo que no termina de llegar. Esta situación mantenida a la larga, tiene serias consecuencias sobre el organismo y sobre nuestras capacidades.

¿Cómo combatir el estrés?

Pues aquí llega lo realmente interesante del estrés: las respuestas fisiológicas del organismo tanto en el caso del eustrés (positivo) o como en el del distrés (negativo)son prácticamente las mismas, la línea divisoria entre uno y otro desde el punto de vista biológico es muy fina, imperceptible. Dicho de otra manera, y esto es lo curioso, el estrés a priori no es ni negativo ni positivo, es cómo nos lo tomemos, cómo lo racionalicemos, lo que decidirá si el estrés generado por el organismo es nocivo o no. De alguna manera y simplificando mucho, nosotros decidimos si el estrés generado nos sirve de ayuda o sirve para hacernos daño.

La perspectiva que adoptemos a la hora de afrontar el estrés, depende de diversos factores que influyen en la misma. Básicamente esos factores son:

  • Cómo percibimos la nueva situación: ¿es una carga o una oportunidad?
  • Puede que tengamos una respuesta aprendida, ¿he pasado por una situación similar y me provocó ansiedad o me provocó euforia?
  • El control de la situación, ¿podemos adoptar decisiones autónomas o dependemos de las decisiones de otros?
  • La duración del periodo de estrés ¿se puede descansar y bajar el nivel de estrés o no hay descanso hasta el final de la tarea y el nivel de estrés es alto permanentemente?
  • Nuestra personalidad y forma de pensar ¿soy una persona serena o soy proclive a la ansiedad?
  • Recompensas potenciales, ¿esta situación estresante me reportará algún beneficio o no me aportará nada?
  • El origen del estrés, ¿viene de una sola dirección o viene de varios ámbitos de mi vida a la vez?

Categorizado en: Gestión Integrada

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      Comentarios

    1. Violeta dice:

      Me encantó el artículo, pude aprobar mi trabajo de universidad gracias a esto. O s habla una doctorada en matemáticas

    2. [Anónimo] dice:

      Note un único error en el articulo, el cual fue que el endocrino de la universidad de Montreal, se le puso el nombre de Hans Selve, cuando en realidad su verdadero nombre es Hans Selye

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