No te descubro nada nuevo al decirte que el impacto provocado por el virus del COVID-19 ha sido más que evidente en nuestras vidas. Sin embargo, ¿sabemos cómo nos ha afectado o nos está afectando psicológicamente la pandemia?
Me llamo Alejandro y en este artículo quiero compartir contigo mi visión como especialista en salud mental, acerca de cuales están siendo la secuelas del COVID sobre nuestro bienestar emocional.
Todo comenzó durante el confinamiento
En nuestro país, los estudios de prevalencia sobre salud mental indican que al menos, 1 de cada 10 personas padecen algún tipo de trastorno mental. Sin embargo, tras la pandemia, esta cifra se ha visto aumentada y así lo reflejan los datos del propio Instituto Nacional de Estadistica.
Encontrar una única causa para explicar esto sería cómo buscar una aguja en un pajar y seguramente, simplificar demasiado una realidad más compleja.
Son muchas las razones que han hecho aumentar la vulnerabilidad psicológica entre las personas: pérdidas de seres queridos, inseguridad e incertidumbre respecto al futuro, distanciamiento social, entre otras.
Por no hablar de colectivos concretos y el estrés traumático al que se han tenido que exponer durante la crisis del coronavirus, como por ejemplo sucede en el caso de los profesionales sanitarios.
Durante el primer confinamiento muchas personas decidieron interrumpir sus procesos terapéuticos debido a que no les agradaba la idea de tener que compartir sus pensamientos a la pantalla de un ordenador, a que no gozaban de la intimidad suficiente en sus hogares para poder expresarse con libertad u otros motivos.
Esto desde luego que no ha ayudado, ya que ha interrumpido procesos y en muchos casos, deshacer lo andado.
Durante la cuarentena un mensaje que recibíamos a menudo los psicólogos era “cuando acabe todo esto, vais a tener mucho trabajo”. Y efectivamente, así ha sido.
Entre las demandas que más he encontrado en mi consulta, he encontrado duelos complicados, rupturas de parejas inesperadas, ansiedad de contagio, preocupación por la falta de oportunidades laborales y problemas de alimentación.
En mi caso y dada mi especialidad (problemas de la conducta alimentaria), he notado que este tipo de casos se han multiplicado. Durante el confinamiento muchas personas no pudieron controlar su relación con la alimentación. Después trataron de compensarlo y es ahí, donde el problema se ha agravado.
Pero la vida sigue con la pandemia...
Aquel confinamiento que comenzó en Marzo cada vez nos resulta más ajeno y borroso, sin embargo, las secuelas del COVID no han terminado con el confinamiento.
Al comienzo de la pandemia es posible que pudiéramos encontrar incluso un ángulo atractivo a la idea de tener que confinarnos. Era una novedad, salíamos a aplaudir a las 20:00 y teníamos un tema ferviente entre manos que comentar.
Sin embargo, con el paso de los meses, todo lo relacionado con el COVID nos satura. Hemos pasado de consumir información compulsivamente, a evitar cualquier tipo de noticia relacionada con “el bicho”.
La obsesión ha tornado en hastío
En ese cambio emocional tienen mucho que ver las restricciones. Las sensación de falta de libertad y de tener que limitar la expresión de nuestro ocio, ha provocado síntomas más parecidos a la depresión como son la apatía o la irritabilidad.
Lo que en un primer momento fueron muchos casos relacionados con la ansiedad en consulta, ahora, cada vez en encuentro mas señales de desmotivación, desgana y pérdida del sentido.
Según advirtió Mental Health Research Canada a comienzos de Mayo, los perfiles que ya presentaban síntomas depresivos o tendencia a recaer en la adicción, son los que están sufriendo la peor cara de toda esta situación.
¿Por qué ocurre esto y se agravan ciertos trastornos?
Las secuelas del COVID en cuánto al estado de ánimo se refiere, se pueden explicar mediante un fenómeno llamado indefensión aprendida. La indefensión aprendida es un fenómeno bautizado por el psicólogo conductista Martin Seligman que sirve para explicar porque las personas acabamos rindiéndonos.
En sus experimentos con animales, demostraba como ratas que recibían descargas eléctricas intentaban dejar de escapar a dichas descargas tras un número de intentos sin éxito. En una segunda fase del experimento pasaban a liberarlas, es decir, se les permitía escapar. Lo sorprendente del resultado es que aquellas ratas en vez de intentar escapar, optaban por continuar recibiendo las descargas.
En nuestro caso, la falta de escapatoria tiene mucho que ver con no saber cuando acabará todo esto. Esa incertidumbre hace que no podamos ajustarnos a una temporalidad previsible y que simplemente nos rindamos y estemos menos dispuestos a invertir sobre ciertas ilusiones.
¿Es posible dejar atrás las limitaciones?
Algo sobre lo que he tenido que trabajar mucho en consulta con mis pacientes, es la necesidad de normalizar el malestar. Por lo general, sentirnos bajos de ánimos o no encontrarnos en nuestro mejor momento, es algo que nos genera sentimiento de culpa o fracaso.
Tenemos una mala relación con las “emociones negativas” y nos han inculcado el mensaje de que tenemos que ser felices (o de lo contrario estaremos desperdiciando la vida).
El poder de la adaptación mental
Como refleja la película Inside Out, las emociones consideradas desagradables cómo la tristeza también tiene un valor adaptativo. En este caso, seguramente sería mucho peor estar continuamente frustrados por no poder hacer todas las cosas que deseamos o tener las oportunidades que quisiéramos, a encontrarnos más apagados.
Lo importante en estos casos me parece que es no caer en un pensamiento dicotómico de todo o nada: o puedo disfrutar o no puedo hacerlo.
Es cierto que tenemos restricciones, pero estamos condicionados, no limitados. Por otro lado, que no veamos el fin, no significa que no exista.
Igual que cuando conducimos por una carretera con niebla sabemos que esta no será eterna aunque no podamos ver lo que hay más adelante, con el pandemia ocurrirá igual.
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