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Capacidad de resiliencia en los niños
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Resiliencia en niños: ¿se puede trabajar?

La resiliencia es la capacidad de afrontar la adversidad, de sobreponerse a momentos críticos, adaptarse y salir fortalecidos.

Nos va a permitir liberarnos del estrés, de la angustia que a todos nos embarga en determinados momentos y situaciones de la vida, superar circunstancias y sobreponernos.

Cada uno con nuestros tiempos, a nuestra manera, pero todos con la necesidad común de sacar esos sentimientos negativos afuera, para dar paso a estrategias de afrontamiento adaptativas, y seguir adelante fortalecidos.

La resiliencia: ¿se nace o se hace?

Si te preguntas si el ser humano llega a este mundo con el bagaje de esta competencia de serie, ya te adelanto que no: la persona resiliente no nace, se hace. Es una actitud que se puede trabajar, es flexible, se aprende y se desarrolla, siendo una forma de afrontar la vida.

Como seres humanos en constante cambio e influenciados por el entorno y nuestras experiencias, esta habilidad cambia constantemente; hay que ir ajustando la resiliencia para cada momento vital porque cada circunstancia es diferente.

Indiscutiblemente nacemos con una serie de capacidades, pero son las experiencias vitales y sobre todo cómo las afrontamos y qué hacemos con ellas lo que nos convierte en seres más o menos resilientes.

¿Qué define a una persona resiliente?

Hay una serie de características inherentes a las personas resilientes, en mayor o menor medida

  1. Entienden que las cosas pasan y que sufrir es parte de la vida. Está bien sentirse mal, frustrado, enfadado. La felicidad es un estado, igual que la pena y hay que darse permiso para sentir emociones negativas.
  2. Evalúan las situaciones de manera realista y consiguen centrarse en las cosas que pueden cambiar y aceptar las que no.
  3. Analizan. ¿Lo que hago me ayuda o me daña? ¿Me aporta algo? ¿Puedo cambiarlo? ¿Qué puedo aprender de ello? Y en base a eso modifican su conducta de manera adaptativa. Tomar esa perspectiva hace que se vuelva a tomar el control.

Las personas más resilientes tienen una mayor capacidad de afrontamiento, soportan mejor la presión, un mayor equilibrio emocional y son más felices.

¿Y nuestros hijos? Pues deben ser educados en la resiliencia y para ello cuentan con nosotros y todas aquellas figuras de referencia como pueden ser educadores y resto de adultos de su entorno.

¿Cómo podemos comenzar a trabajar la capacidad de resiliencia en los niños?

  • Estimulando su interés por aprender cosas nuevas.
  • Animándolos a que tengan -y conserven- amigos. El apoyo a estas edades llega de los iguales y es fundamental el sentimiento de aceptación. Esto genera sentido de pertenencia, aceptación y confianza.
  • Trabajar la tolerancia a la frustración. Enseñarles que cuando caigan o algo les salga mal, pueden volver a levantarse habiendo aprendido algo de esa situación. El juego puede ser una herramienta fabulosa para ello. Y por supuesto, estando ahí para ellos cuando suceda.
  • Intentando no sobreprotegerlos. Cuando esto se produce ven limitado el desarrollo de sus capacidades y potencialidades.
  • Fomentando que sean niños optimistas y positivos.
  • Enseñándoles que hay cosas que suceden de manera inevitable y no podemos controlarlas. Pero sí podemos controlar nuestra reacción y nuestra respuesta. (“Qué puede hacer para sentirse mejor, qué gana sintiéndose mal, qué pierde sintiéndose así, qué hacer para sentirse mejor: deporte, escribir, hablar…”)
  • Que sean niños autónomos, dejándoles crecer y desarrollarse, aprendiendo a cuidarse. Tareas como el aseo, el orden, etc., asumiendo responsabilidades y un papel.
  • Que mantengan una rutina y que sean reforzados cada vez que hagan las cosas bien. Para ellos esto supone seguridad, algo que va a resultar fundamental en su desarrollo emocional.
  • Que sean generosos con los demás, que sepan tender una mano a otros. Ayudar a un compañero, a un hermano...Esto nos hace sentir bien y más felices, generando reacciones positivas en los demás.
  • Fomentar el autoconocimiento de sí mismos: debilidades, fortalezas, qué se les da bien, hasta dónde pueden llegar…
  • Ser agradecidos. Dar gracias de manera constante llega a generar cambios neuronales que hacen que ese efecto positivo sea de efecto duradero.
  • Que sepan que cuentan con una red de factores protectores: familia, amigos, un tutor, un terapeuta, una afición…

Y sobre todo, y lo más fundamental sería predicar con el ejemplo. Como padres somos sus referentes, el espejo en el que se miran, y, para poder enseñarles debemos trabajar la resiliencia en nosotros mismos.

Categorizado en: Educación y Sociedad

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