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Niños salvajes. Desarrollo integral en la infancia

El valor de la enseñanza en el desarrollo cognitivo, social, emocional de una persona, es indiscutible. Especialmente si hablamos de personas con algún tipo de discapacidad.

La estimulación de los niños desde una edad temprana, facilita su derecho desarrollo integral y su posterior integración en la sociedad. La interacción en este proceso por parte de la familia y la escuela es fundamental, los cuales tienen que trabajan conjuntamente, convirtiéndose en un  factor principal en su madurez; si algunos de estos elementos falla, las posibilidades de la aparición de diferentes dificultades en el desarrollo del niño aumentan.

 Ante la noticia de que su hijo padece una discapacidad, en un primer momento, la familia se sentirá sin recursos emocionales ni de actuación, llevándoles a una impotencia y tristeza que posteriormente superarán; una vez asumida la situación, tienen la responsabilidad de procurarle a sus hijos, dentro de sus posibilidades, todas las atenciones que precisen, tanto a nivel educativo como emocional. Por tanto, la implicación de la familia en  educación de sus hijos es la base para su correcto desarrollo.

La importancia de la familia en la incorporación a la sociedad del niño

Una persona cuando nace es un ser indefenso, sus aprendizajes y su supervivencia dependerán del núcleo de la familia, el cual le va proporcionar la protección y los cuidados necesarios, además de los vínculos afectivos. Será ésta quien lo incorpore a la sociedad para explorar su entorno físico y adaptarse a las demandas sociales que este exige a través de su cultura, sus normas, costumbres y valores; además de dotarles de unas destrezas y habilidades sociales como el lenguaje, la identidad, la asignación de un rol y los hábitos que deberá usar para formar parte al grupo social establecido dentro de los numerosos factores contextuales que conforman la sociedad actual.

Imaginemos que un niño/a  no recibiese ningún tipo de estímulo durante su niñez y su adolescencia, ¿Qué sucedería? ¿Se desarrollaría de forma autónoma? La respuesta es que no, numerosos casos lo avalan. La situación  más extrema de privación de libertad y socialización en la infancia, es la de los denominados niños salvajes; son aquellas personas que han vivido fuera de la sociedad desde el principio de su infancia y durante un largo período. Si bien porque no han tenido el más mínimo contacto humano durante años o porque han sido confinados en sitios donde solamente se les alimentaba.

 Un claro ejemplo de los efectos del aislamiento severo en la fase de desarrollo, es el de Susan M. Wiley, conocida popularmente como Genie.  Su historia fue objeto de estudio por su interés psicólogo, médico y lingüístico.

La historia de Genie, la niña salvaje que no tuvo derecho desarrollo integral

Genie nació normal físicamente pero comenzó a hablar un poco tarde. Un médico familiar consideró que quizás la niña tuviese un posible retraso mental. Su padre, temiendo que las autoridades le quitaran a su hija, decidió recluirla en la casa. Hasta los 13 años, Genie sólo tuvo contacto con su padre. Permanecía encerrada en su cuarto, vestida únicamente con un pañal y atada a una silla-orinal. De noche, el padre la ataba y la dejaba en una jaula dentro de una bolsa de dormir.

No podía emitir ningún sonido. Si lo hacía, su padre la golpeaba o la asustaba. Genie no sabía comer ni ir al baño por sí sola. Los alimentos (comida de bebé, cereales y huevos cocidos) se los daba el padre. El cuarto de Genie, sin juguetes ni adornos, tenía las ventanas tapadas, sólo había un pequeño hueco en la parte superior de los cristales. La niña, durante 13 años, podía ver exclusivamente 5 centímetros de cielo y parte de la casa del vecino. En 1970, la madre de Genie consiguió escapar con sus hijos.  La niña fue internada en el Children’s Hospital de Los Ángeles. Andaba de forma extraña, escupía, casi no emitía sonidos y se masturbaba en público. Es comprensible el gran interés suscitado por la cuestión de si Genie sería capaz de aprender aquellas habilidades básicas como lenguaje, movimiento y memoria espacial, así como de establecer interacciones con otras personas y lazos afectivos. Los científicos integrantes comenzaron a instruirla y a aplicarle toda clase de pruebas relacionadas con aprendizaje. Adquirió rápidamente un vocabulario de unos cientos de palabras, pero apenas hablaba, y cuando lo hacía emitía las palabras en tonos agudos y cortos, sin variación en el tono, de manera que resultaban difíciles de comprender. En cualquier caso, los investigadores decidieron que no es posible desarrollar el lenguaje si no existían interacciones y lazos afectivos con otras personas. Los niños aprenden a construir frases progresivamente, empezando con secuencias de palabras sin orden establecido hasta la formación de oraciones con sintaxis correcta, a través de escuchar a otros, de preguntar y ensayar. Es de destacar que este proceso ocurre sin una instrucción específica, por iniciativa del niño. En el caso de Genie, sin embargo, el proceso había quedado estancado en la primera fase; sólo era capaz de emitir palabras sin un orden lógico, pese a que estaba siendo expresamente educada para ello. Algunos lingüistas de la época, consideraban la sintaxis como una función biológica del cerebro, innata más que aprendida de otras personas. Tal vez Genie había perdido la oportunidad de desarrollar dicha área del cerebro en el periodo adecuado (la infancia, hacia los 3 años). En el caso de Genie se descubrió que el hemisferio izquierdo era casi inactivo, y los resultados en sus pruebas de habilidad eran las propias de una persona con el hemisferio izquierdo extirpado. Se desconoce si esta situación es producto de la falta de estimulación adecuada durante el desarrollo o bien de una deficiencia de nacimiento.

Parece que el ser humano viene equipado de manera innata de la capacidad de distinguir un gran número de sonidos específicos para el habla, de los cuales sólo sobreviven y se desarrollan aquellos que son percibidos en el periodo preadolescente. Este periodo, llamado “período crítico”, es fundamental para el desarrollo de distintas capacidades cognitivas, entre las que se encuentra el lenguaje articulado, debido a la gran plasticidad sináptica del cerebro.

Finalmente queda destacar que el comportamiento de Genie al explorar objetos nuevos era propio de los niños de 18 a 20 meses. Al estudiar un objeto, lo palpaba con los dedos, la boca y áreas adyacentes de la cara. Su vista no había adquirido la predominancia sobre los demás sentidos, como ocurre normalmente.

Como se muestra en el caso de Genie, la falta de estimulación en la niñez y la adolescencia acarrea unas consecuencia invariables y difícilmente recuperables en la edad adulta. Por tanto es fundamental que se produzca un intervención temprana en la infancia, adecuada a las características personales de cada niño/a; haciendo uso de los recursos de los que dispongamos para el tratamiento de las diferentes necesidades específicas de apoyo educativo.

Categorizado en: Educación y Sociedad

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