Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) ponen de manifiesto el aumento del número de hogares en España durante el año 2014. Concretamente hemos llegado a los 18,3 millones de hogares, pero lo que más ha sorprendido es descubrir que el 24,8% de los mismos está formado por una sola persona. Son 4,5 millones de hogares unipersonales, los que están compuestos por un único ocupante. Este aumento es significativo por su carácter exponencial y de marcada tendencia al alza. En el año 1991, el número de hogares unipersonales era de 1,9 millones, y diez años más tarde, en 2001, era de 2,9 millones. ¿Qué motivos explican esta realidad?
¿Quién ocupa los hogares unipersonales?
Casi la mitad de estos hogares unipersonales corresponden a personas mayores de 65 años. Principalmente, se trata de personas que han enviudado y han podido mantener su casa en propiedad, consecuencia de una vida sin guerras y del trabajo duro desde la infancia hasta la jubilación. En esta franja de edad, es la mujer la que sobrevive con más frecuencia, y representa un 70% del total (7 de cada 10 personas mayores de 65 años que viven solas son mujeres). Esta situación se invierte en el caso de las personas que viven solas y son menores de 65 años, pues casi el 60% son hombres. Para ellos, la causa más común del hogar unipersonal es la soltería o separación/divorcio, frente a la viudedad de ellas. Por regla general (el 82.7% de los casos), aunque la situación está cambiando, la ruptura de la pareja supone como resultado el hogar unipersonal formado por él y el hogar monoparental formado por ella y los hijos.
Vivir solo: ¿imposición o elección?
Podríamos decir que, en estos casos anteriores, el hogar unipersonal se impone (la ruptura y disolución de la pareja o la muerte de algún miembro de la misma). Sin embargo, la elección de vivir solo es algo cada vez más común. Pasan los años y parece que no nos soportemos los unos a los otros. Sea por el motivo que sea, cada vez estamos más solos, en general. La sociedad postindustrial alimenta la soledad, nos hace más individualistas y es descomponedora de las redes sociales ‘reales’, las de carne y hueso. En tiempos pasados, nuestros mayores se quedaban solos y nos volcábamos con ellos, mientras que ahora son un estorbo. Se supone que las Instituciones se encargan de compensar la falta de tiempo que implica responder a las exigencias del modelo de producción y sistema de vida, gestionando nuestros impuestos para facilitar una vida cómoda, para nosotros y para nuestros mayores. Esto no es así, para nada. Entonces, ¿qué nos venden de esta vida moderna a la que tenemos que aspirar? ¡Estamos peor que antes! Y lejos de ser catastrofista, o negativo, pretendo ser realista.
Por suerte, está en nuestra mano revertir, o al menos paliar esta situación. ¿Cómo hacerlo? Reconociendo el valor que tienen las relaciones humanas, las relaciones de verdad. Quizá se pueda comenzar por dedicar menos tiempo al móvil, o a Internet, y más a las personas que nos rodean. Ser amables, abiertos, serviciales y empatizar con nuestros semejantes. La soledad es una opción, una opción que sienta bien cuando se escoge, pero que puede ser dramática cuando se impone. ¿Qué recogeremos cuando lleguemos a ancianos? Simplemente aquello que hayamos sembrado a lo largo de nuestra vida.