“Solo se ve lo que se mira y solo se mira lo que se está preparado para ver”. Alphonse Bertillon
La igualdad es un derecho de todas y todos y un deber colectivo e individual que debe convertir en logro y no en reto la igualdad real entre mujeres y hombres. Ha pasado demasiado tiempo. Un tiempo que solo da la razón a aquellas personas que afrontan la vida de forma pasiva y contemplativa aceptando que todo puede seguir igual bajo las referencias de siempre.
Hemos aprendido a vivir en desigualdad. Hemos aceptado como norma un sistema que partiendo de las diferencias entre mujeres y hombres, ha construido desventajas y desequilibrios frente a privilegios vulnerando un derecho fundamental, la igualdad y condenando a la mitad de la población a convivir en una sociedad que no es neutral y condiciona a todas la personas que la conforman. Y por supuesto no hemos aprendido a educar para la igualdad.
Cuando hablamos de desigualdad lo hacemos de una sociedad que gira en torno a lo masculino y que lo convierte en referencia y medida definiendo la construcción de identidades condicionadas por mandatos como el amor, la belleza, los cuidados frente a la independencia, el poder o la autonomía. Una sociedad que aún no ha sido cuestionada en su totalidad. Y cuando lo hacemos nos anestesiamos frente a los datos, buscando justificaciones y motivos que validen cifras que evidencian un desdén a todos los niveles respecto a la igualdad.
El feminismo, una historia de éxito que aún no ha llegado a su fin.
Reconociendo que el feminismo es una historia de éxito, que son muchos los logros. Nuestra historia ha sido silenciada y durante siglos hemos sido narradas, contadas, pintadas y recreadas, sin voz y hasta hace no mucho, sin voto.
Las cifras de la desigualdad entre mujeres y hombres son de tal magnitud en todos los ámbitos y niveles que impregnan de injusticia a toda la sociedad. Desde la economía de los cuidados y esa deuda histórica que todas y todos tenemos con las mujeres que nos han precedido y todas aquellas, que hoy cuidan a otras personas , la brecha en el ámbito laboral, las discriminaciones múltiples, la ruralidad, la violencia de género, la trata, la prostitución, tantas formas que adoptan las violencias sobre las mujeres por el solo hecho de serlo.
En nuestra cotidianidad, generamos desigualdades. Esto ocurre en gestos, palabras, actitudes, a veces, de forma inconsciente y otras desde una situación de poder, legitimada por siglos de privilegios frente a discriminaciones que solo perciben aquellas que las sufren.
La diferencia no debió generar desigualdad sino riqueza y diversidad. No debió construir un sistema que ha invisibilizado a la mitad la población, premiando el tiempo y la disponibilidad frente al talento. Hemos aprendido la desigualdad , la hemos normalizado y convivimos con ella sin pudor.
El primer paso, Educar para la igualdad.
Debemos dejar de preguntarnos, qué estamos haciendo mal y plantearnos qué es lo que no estamos haciendo. Y la primera respuesta es que no conseguimos educar para la igualdad. Ya que no existe ni una sola generación en nuestro país, educada en igualdad, si en valores y en democracia, también en libertad, pero ¿en igualdad entre mujeres y hombres? ¿en el respeto a la diferencia?, no, rotundamente no.
Educar no es solo enseñar, debe ser transformar pensando en el ahora y no en el futuro porque las niñas y los niños son seres presentes, que a diario construyen sociedad.
La educación transforma y nos forma como personas comprometidas y responsables con la sociedad y todo lo que eso conlleva e impacta de forma positiva en cada una de nosotras y nosotros. Si conseguimos educar para la igualdad construimos igualdad, si nos educamos en igualdad hacemos del buen trato la norma y no la excepción. Pero, ¿dónde se diseñan los planes de educación? en despachos llenos de papeles y burocracia, que abordan la educación como medio y no como fin. La educación debe ser integral y la igualdad entre mujeres y hombres, transversal y no ser una opción sino una obligación.
¿Qué es exactamente Educar para la igualdad?
La ciudadanía plena es un derecho, que debemos aprender y ejercer y eso pasa por exigir a los gobiernos un compromiso con la educación para la transformación, ya que es la forma de mejorar una sociedad que sigue amparando conductas, algunas delictivas, que siguen discriminando a la otra mitad de la población, las mujeres.
Educar no es solo transmitir conocimientos a una persona para que esta adquiera una determinada formación, supone además adquirir valores, hábitos, destreza y habilidades que nos permitan desarrollarnos como ciudadanas y ciudadanos plenos e iguales, respetando y valorando las diferencias, haciendo de éstas ventajas y no obstáculos, en definitiva, educar para la igualdad.
Educar para la igualdad es formar a mujeres y hombres responsables y comprometidos con la sociedad con capacidad para dar respuesta a los restos de un mundo cada vez más global y complejo, sin olvidar, y parafraseando a Simone de Beauvoir, el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres y es que la desigualdad no es algo de mujeres, sino de hombres, por eso la importancia de la educación, de la coeducación, de hacerlo en igualdad porque transforma vidas, desmonta sistemas y no podemos mirar para otro lado, porque todas y todos somos parte del problema y por tanto, debemos participar en su solución.
¿Estamos avanzando hacia la educación en igualdad?
¿Crees que nuestra sociedad está comenzando a educar para la igualdad? o ¿aún tendrán que pasar multitud de generaciones para que esto ocurra? La educación de nuestras hijas e hijos también está en nuestras manos, por lo que podemos comenzar enseñando estos valores en casa para que desde la infancia sean conscientes de que no pueden permitir este tipo de desigualdades.
La igualdad entre mujeres y hombres, no debe ser un reto,
sino un logro y no podemos usar el tiempo pasado como excusa para no construir un presente igualitario en el que nacer mujer u hombre condicione derechos y libertades.