En cuanto alguien indaga un poco en la realidad tras el tratamiento psicofarmacológico se lleva unas sorpresas alucinantes.
Para la gente de a pie, un ámbito como en el de la Medicina parece que está construido sobre verdades incuestionables. Al fin y al cabo trata la salud de las personas. Y eso es algo muy serio.
Pero no hay que olvidar que la Medicina es una ciencia y que uno de los pilares de la ciencia es el cuestionamiento. ¡Ojo! No desde el desconocimiento y la desinformación como los movimientos anti-vacunas, sino desde la propia ciencia.
Al aproximarse al conocimiento científico actual sobre los tratamientos psicofarmacológicos, uno/a se espera encontrar un debate científico de talante moderado. Nada más lejos de la realidad.
La literatura científica sobre los tratamientos psicofarmacológicos es extensa. La mayoría de los profesionales de la salud mental mantienen el consenso sobre su eficacia. Sin embargo, tras 70 años de historia el conocimiento sobre los psicofármacos se encuentra más cuestionado que nunca. Y no por cualquiera.
¿Quién se atreve a cuestionar un tratamiento de administración tan extendida? ¿Qué se critica exactamente? ¿Cómo actúa el tratamiento psicofarmacológico?
Analicemos cuál es la situación actual de este campo de conocimiento.
Aviso: NO dejes de tomar tu medicación sin consultar con tu médico/a.
¿Cómo empezó todo?
Durante las primeras décadas del siglo XX se probaron una cantidad inusitada de terapias para curar la esquizofrenia. Baños calientes, coma insulínico, piretoterapia (inducción de fiebre al administrar agentes piretógenos como el parásito de la malaria), transfusión de sangre de personas con epilepsia (a los que trataban a su vez con sangre de personas con esquizofrenia), etc. La lista es realmente curiosa.
Entonces llegó Egas Moniz y puso orden entre tanto caos “terapéutico”. Descubrió al mundo el empleo de la leucotomía (popularmente simplificado como “lobotomía”) para el tratamiento de la manía y las psicosis. Los pacientes a los que trató tal vez no estuviesen de acuerdo, si es que aún les quedaba algo de conciencia, pero supuso un gran éxito. Tanto es así, que en 1949, ganó el premio Nobel de Medicina.
Irónicamente, también fue el año en el que comenzó la decadencia de este "tratamiento psicofarmacológico". ¿Qué la provocó? El descubrimiento de los primeros psicofármacos como el litio y la clorpromazina. Y, casi sin querer, llegaron muchos otros durante la década siguiente. ¿Sin querer? Bueno, el término exacto es “serendipia”, un término clave para entender la historia de los psicofármacos (Uruchurtu, 2010). Por ejemplo, la clorpromazina estaba desarrollándose como antihistamínico. Su descubridor, Henri Laborit, propuso su uso en Psiquiatría, considerándola como una “auténtica lobotomía medicinal” (Swazey, 1974, pág. 105).
Esa misma década llegaron la reserpina, la imipramina, el haloperidol y el diazepam. Antipsicóticos, antidepresivos, ansiolíticos… Pero, los psicofármacos no fueron desarrollados como otros medicamentos en los que se estudia la causa o naturaleza del trastorno y luego se desarrolla un fármaco para actuar sobre esta. En este caso, primero se desarrollaron los fármacos y luego se hipotetizó sobre su mecanismo de acción.
De ahí surgieron las hipótesis del desequilibrio neuroquímico en los trastornos psicológicos. ¿Se ha confirmado esta hipótesis? Veamos.
Hipótesis del desequilibrio neuroquímico
La más famosa de estas hipótesis seguramente sea la hipótesis serotoninérgica de la depresión, aunque existen muchas más. No es difícil ver publicaciones que hacen referencia a ella. Parece una hipótesis instalada en el imaginario colectivo. Además, los antidepresivos más empleados son los Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina (ISRS). Por eso, vamos a centrarnos en ella.
La serotonina es un neurotransmisor que participa en la transmisión sináptica en el mayor sistema que podemos diferenciar en el cerebro. Las neuronas serotoninérgicas se encuentran y participan en el tronco encefálico, el cerebelo, el hipotálamo, ganglios basales, sistema límbico, etc. Está implicada en la memoria, el apetito, el estado de ánimo y la conducta.
La inhibición de la recaptación de serotonina aumenta los niveles de esta en la hendidura sináptica. Por lo que, si los antidepresivos actúan aumentando estos niveles y al mismo tiempo se observa que los pacientes mejoran, la causa de la depresión debe ser la presencia de niveles bajos de serotonina. Esta es la lógica tras la hipótesis. ¿Qué dicen la investigación científica? Nada de eso.
El propio creador de una de la hipótesis catecolaminérgica de la depresión afirmó que estas hipótesis eran “como mucho, la excesiva simplificación de un complejísimo estado biológico” Schildkraut (1965).
Visto así, parece claro que reducir un complejo conjunto de estados y conductas a los niveles de un neurotransmisor, basado solamente en la observación de los efectos de un fármaco es demasiado atrevido.
En este sentido, el más crítico es el experto en metodología y estadística y co-fundador de la Fundación Cochrane, especializada en revisiones sistemáticas en materia de salud, Peter Gøtzsche, que afirma que “el cuento del desequilibrio químico se aplica a todos los psicotrópicos […], y es absolutamente falso”. (Gøtzsche, 2016).
Pero, si no restauran un desequilibrio, ¿Cómo funciona el tratamiento psicofarmacológico?
¿Qué es realmente el tratamiento psicofarmacológico?
Para que se entienda bien, contaré algo bastante esclarecedor. En 1963 el Instituto Nacional de Salud Mental estadounidense (NIMH) publicó un estudio sobre la efectividad del Thorazine para el tratamiento de la esquizofrenia. El redactor del artículo se puso creativo y propuso que este fármaco podría llamarse a partir de ahora “antiesquizofrénico” en lugar de “tranquilizante”.
La fórmula funcionó y entonces los tranquilizantes o neurolépticos ahora eran antipsicóticos. Más tarde, los que eran estimulantes ahora se consideraban “antidepresivos”, los relajantes musculares o calmantes pasaron a ser “normalizadores del estado de ánimo”. Este cambio de nombre da la impresión de aportarles una cualidad específica, como la insulina para el diabético. Así lo explica el periodista científico Robert Whitaker, uno de los principales críticos con la concepción tradicional del tratamiento psicofarmacológico.
Así, no es difícil ver la postura de los críticos. Los fármacos no restauran ningún desequilibrio, sino que, como especifica la doctora Joanna Moncrieff, del Departamento de Ciencias de Salud Mental de la Universidad de Londres, generan un “estado artificial inducido”.
En la misma línea, ya en 1955, el psiquiatra E. H. Parson afirmaba que “hemos de recordar que no estamos tratando enfermedades con este fármaco [clorpromazina]. Estamos usando un agente neurofarmacológico para producir un efecto específico”.
Además, de su mecanismo de acción, también se cuestiona su efectividad. El propio Gøtzsche critica la eficacia de los antidepresivos, citando, entre otras, una revisión que muestra que estos eran tan solo un 10% mejor que el placebo. Y esto sin tener en cuenta los datos no publicados, que reducen aún más este porcentaje.
Por otra parte, se siguen publicando en la actualidad revisiones que afirman todo lo contrario, como esta que recoge el periódico El País.
¿Qué ocurrirá ahora?
A Gøtzsche y Whitaker, se suma como uno de los principales críticos Allen Frances, psiquiatra y presidente del grupo de trabajo del manual de diagnóstico DSM-IV, que critica la imprecisión de los diagnósticos por parte del DSM, la falta de evidencia y el reduccionismo del desequilibrio químico, además de la excesiva medicalización de los trastornos psicopatológicos. Estos también critican la influencia de la industria farmacéutica sobre la investigación, aunque esta crítica se sale del terreno puramente científico y se adentra en un entorno más bien ético.
Como se puede observar, las críticas son contundentes, racionalizadas y basadas en la evidencia. Sin embargo, la literatura sigue siendo contradictoria. La mayoría de los psiquiatras sigue apoyando y recetando el tratamiento psicofarmacológico. Las guías de práctica clínica siguen recomendado su uso en los casos más graves, como en el caso del tratamiento temporal de la depresión mayor grave. Aunque se recomienda siempre acompañada de psicoterapia.
Al exponer los argumentos de los críticos con el tratamiento psicofarmacológico, pareciera que estoy ejerciendo como abogado del diablo. Pero, si están en lo cierto y llevamos más de 50 años tratando de forma incorrecta a millones de personas y tanto la industria farmacéutica como los investigadores lo sabían. ¿Quién es el diablo? La respuesta solo se hallará a través del debate científico.
Mientras tanto, es irremediable que el usuario/a se pierda entre tanto barullo. Pero deberíamos estar mejor informados sobre toda esta situación. En cualquier caso, lo aconsejable es seguir siempre las recomendaciones de el/la profesional.
Bibliografía y referencias
Frances, A. (2014). ¿Somos todos enfermos mentales? Barcelona: Editorial Ariel.
Gøtzsche, P. (2016). Psicofármacos que matan y denegación organizada. Barcelona: Libros del lince.
Schildkraut (1965). The catecholamine hypothesis of affective disorders: a review of supporting evidence. American Journal of Psychiatry, 122(5), 509-22.
Swazey, J. P. (1974). Chlorpromazine in psychiatry: A study of therapeutic innovation. Cambridge, MA, US: The MIT Press.
Whitaker, R. (2015). Anatomía de una epidemia. Madrid: Capitán Swing.
Categorizado en:
Biosanitario