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Efectos del ejercicio físico en el cerebro ¿Por qué nos sienta tan bien hacer ejercicio?

Saltar un poco más alto. Correr rápido esos últimos metros, todo lo que aguanten las piernas. El sonido del balón acariciando la red, tus compañeros animándote, nadar tantos y tantos largos, subir a esa montaña solo con tus botas y tu esfuerzo. Llegar a casa con el sudor empapando aún tu piel, abrazándote por el éxito que supone haberte esforzado tanto. Ser hoy un poquito mejor que ayer… 

El deporte es una de las cosas más maravillosas de esta vida. Como decía Lope de Vega: quien lo probó, lo sabe. Sí, el poeta se refería al amor, es cierto, pero espero que no se enfade porque tome prestadas sus palabras. Después de todo, al igual que el amor, el deporte verdadero también va unido a la pasión.

¿Pero de dónde viene esa sensación de bienestar del “maravilloso deporte”? ¿Cuáles son los efectos del ejercicio físico en el cerebro? Pues bien, si nos centramos en el aspecto biológico, para comprender esa felicidad asociada al deporte primero hemos de conocer al sistema de recompensa.

¿Qué es el sistema de recompensa?

Una vez me dijeron que si primero viniese el parto y nueve meses después el orgasmo la humanidad se habría extinguido hace muchísimos milenios. Tras su punto de broma, esta frase esconde una gran verdad: el ser humano necesita el sistema de recompensa para vivir.

El sistema de recompensa es simplemente un conjunto de mecanismos, regulados por nuestro cerebro, que nos provocan un intenso placer en respuesta a una acción determinada. Dicha acción determinada es considerada por el cerebro como adaptativa, es decir, positiva para su supervivencia, por lo que mediante ese intenso placer nos recompensa para que la volvamos a repetir. Una y otra vez.

Así de simple. Lo que nos gusta, según nuestro cerebro, es bueno para nosotros. Lo malo es que existen formas de engañar a este sistema de recompensa y activarlo de una forma desmesurada y artificial mediante acciones que no son adaptativas, como puede ser por ejemplo el consumo de drogas. De hecho, deporte y drogas comparten una de sus principales vías a nivel de neurotransmisión, por lo que la frase “el deporte es una droga” no está tan desencaminada… La única diferencia entre ambas es que solo una de las dos activa dichas vías de la forma adecuada, sin freírnos el cerebro.

Yo alguna vez he oído hablar de las endorfinas… ¿eso de qué va?

Una vez que hemos conocido al sistema de recompensa podemos comprender mejor los efectos del ejercicio físico en nuestro cerebro. Al realizar ejercicio físico, nuestro cuerpo aumenta la producción de una serie de neurotransmisores que activan directamente el mencionado sistema, como pueden ser la dopamina, la serotonina… y las famosas endorfinas.

Las endorfinas son, tal y como su propio nombre nos chiva, una sustancia endógena (es decir, producida por nuestro propio cuerpo) que activa los receptores opiáceos. Estos receptores opiáceos están presentes en el organismo para regular sensaciones como la sedación, la analgesia, o el placer. Cuando realizamos deporte con una intensidad suficiente, nuestro cuerpo activa la generación de estas endorfinas, que se unen a los receptores opiáceos que forman parte del sistema de recompensa y nos provocan esa sensación de placer tan característica del deportista extenuado, tendido sobre la hierba, mirando al cielo al terminar esa carrera de diez kilómetros que lleva semanas preparando. Para que nos entendamos, estos efectos del ejercicio físico en nuestro cerebro emplean los mismos mecanismos que el placer sexual.

Muy interesante… ¿Pero eso es todo?

Por supuesto que no. Las endorfinas no explican plenamente los efectos del ejercicio físico en el cerebro ni el bienestar asociado al deporte. Por ejemplo, otra vía de activación de la sensación de felicidad ligada al deporte es la compuesta por todo aquello que rodea al propio esfuerzo físico. Piensa en un deporte, cualquiera que te guste o te gustaría practicar, e imagínate haciéndolo con regularidad, durante un período largo, esforzándote junto a un grupo de amigos: La felicidad de compartirlo, el encontrarte más ágil, más sano, más fuerte cada día, ir aprendiendo poco a poco de la frustración, la alegría, la constancia… por no hablar de la sensación de poder subir escaleras sin jadear como un búfalo con asma y el asqueroso ciclo de alegría en el que te sumergen todas estas emociones, que al fin y al cabo repercuten directamente en tu día a día.

Nuestro cerebro no es tonto y percibe toda esa evolución que experimentamos como un fruto adaptativo del ejercicio físico, por lo que busca provocarnos el mayor bienestar posible para que queramos realizarlo una y otra vez. Nuestra propia cabeza nos hace sentir que hemos aumentado nuestro bienestar porque, aunque tal vez nosotros aun no lo sepamos, es lo que hemos hecho.

Y quien lo probó, lo sabe.

¡A jugar!

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